2 de febrero de 2010

Un "Aleluya" demasiado ruidoso

—Aleluyaaaa, aaaaleluya, aleluyaaaa, aaaaleluya.

En vez de sonoros pajaritos cantando encima de las copas de los urapanes bogotanos que podrían acompañar las solitarias mañanas de domingo, esta frase retumba mis oídos sirviéndome de despertador -sagradamente- cada siete días. Son los cantos desafinados de alguien detrás de un micrófono consagrado en un garaje, con unos cuantos gatos feligreses que lo acompañan en sus tonadas alabando al santísimo la profunda fe que le profesan. No hay excepción así sea un primero de enero, o quizás un primero de mayo. El bien llamado pastor, que lleva las riendas de esa iglesia, no tiene vacaciones ninguna semana del consagrado año. Me consta...

Y es que sólo basta con cruzar la calle, y contar 5 casas y/o edificios después de la mía, más exactamente en la otra esquina, donde un viejo y feo edificio en el que siempre han vivido costeños y cuyo descuido en la fachada da plena fe de mi afirmación (de lo feo, no de los costeños); se reúnen los domingos unos cristianos a rezarle a Dios por todos los beneficios obtenidos en la semana. El lugar, de no más de 20 metros cuadrados, que hace unos años sirvió de garaje, y después de una paupérrima tienda, es donde en la actualidad se erige la "Iglesia pentecostal unida de Colombia" y donde el pastor hace alarde de su peculiar talento con altavoces bastante potentes como para que se puedan escuchar en toda una cuadra, sus oraciones a todo pulmón.

El horrible edificio donde funciona la  "iglesia"
(Click en la imágen para verla mas grande)

Un —Aleluyaaaa, aaaaleluya, aleluyaaaa, aaaaleluya—, continúa acompañándome pasada la tarde, al punto de que algunas canciones rondan en mi cabeza si ese domingo, tengo la mala suerte de permanecer en mi humilde morada. Tengo entendido, que a algunos vecinos no les perturba el constante aleluyeo dominical -como me atrevo a llamarlo- porque jamás ponen quejas ni alegan del ruido, ni de los altísimos decibeles a los que son sometidos habiendo a escasas dos cuadras un CAI que puede constatar lo dicho.

Mi prima, una estudiante de décimo semestre de medicina, ha tenido que someterse a esta terapia del santísimo, ya que su cuarto de estudio es en teoría, el mas cercano a la iglesia  y parece diseñado acústicamente para que retumben en él  mas fuerte las canciones de alabanza. Así que en más de un parcial, seguramente habrá tenido que invocar a la  "Virgen María" para que le de puntería, ya que muchas veces el excesivo ruido irrumpe su concentración cuando a la hora de aprenderse músculos, procedimientos y fármacos se trata. He sido testigo de que incluso, le ha tocado desplazarse a la biblioteca "Luis Ángel Arango" para poder estudiar tranquila y sin ruido. Si, aquí se ha intentado manifestar el problema, hemos puesto la queja pero siempre dicen que no se está incumpliendo ninguna norma. No sé si tengan razón, si en teoría estén manejando los decibeles máximos permitidos, pero creo que es una completa exageración al poner en un garaje, -repito-, de no más de 20 metros cuadrados y con no más de 10 personas adentro, un amplificador con micrófono de potencia bárbara como para ambientar un buen bar. Creo, que rayan en lo absurdo, no es necesario ni por demás, a los vecinos que no asistimos a dicha iglesia, ni nos interesa en lo mas mínimo profesar su fe, escuchar cada domingo desde las ocho o nueve de la mañana:

—Aleluyaaaa, aaaaleluya, aleluyaaaa, aaaaleluya.

Si el problema del ruido se extiende en algunos lugares por la bulla que emiten los bares y discotecas cercanos a barrios residenciales, debería haber también un control riguroso a ese tipo de iglesias que igualmente perturban la tranquilidad de los habitantes de un barrio cualquiera. Si llaman a la policía porque un vecino se enrumbó hasta pasadas las cuatro de la mañana y con la "música a todo volumen", también deberían restringir el uso de amplificadores y micrófonos en un lugar que -a decir verdad- no amerita tenerlo. Que quede claro, que no estoy renegando de las iglesias cristianas ni mucho menos, pues no pretendo herir susceptibilidades en materia religiosa, sólo hago énfasis en su su inapropiado modus operandi de profesar fe.


...Llega la noche y por fin, después de un ruidoso domingo descansamos en la profunda paz nocturna propia de este santo día. Quizás la semana transcurra sin ninguna novedad y las rutinas vuelvan de nuevo a apoderarse de los habitantes de esta cuadra. Pero tan pronto llega el sábado, y con él la mañana del domingo, mis oídos no escucharán el suave cantar de unos cuantos pajaritos, sino de nuevo ese aleluyeo dominical que cada siete días le da fin a mis sueños, cuando el pastor enérgicamente comience sus oraciones al santísimo, y unos cuantos gatos feligreses madruguen a acompañarlo en su desentonada sonata para alabar  al señor con un:

—Aleluyaaaa, aaaaleluya, aleluyaaaa, aaaaleluya.